Brujo: “Estarás recostado – me veía
– sé cual es la posición que más te gusta ,me quiero ver contigo ¿quieres?”
(hora y coordenada).
En el fresno la herida estará fresca,
el símbolo perfectamente dibujado. Hojas caídas, tronco, ramas y hasta el brote
alto eran todo un remolino.
En la choza apartada lo repiensa el
Brujo. Mira con desprecio la obra del
hierro y del cemento. Habrá visto mariposas
metálicas atacando los brotes
carmines de los botonxochitls. Atareado sumido entre la hierba que abarrota su
choza. Ondas, superconductores, bits, no le dicen nada. A lo lejos la ciudad se
masturba. Ya sale, en la colina va hincado entre la hierba, se atraganta; la
ciudad lo desprecia, lo envenena (se purgará con hierba).
Sembraba el Brujo el botonxochitl. La Fínisima Túnica señalaba el
lugar preciso con la espada. Nada azarosa, llegaría la semilla. Recuperando las viejas
tradiciones nahuatlacas levantó la vista cuidando de nos ser notado y preguntó
horizontes silenciosamente. Llegó Xóchitl
Alma, agrego Xóchitl Amanecer, Xóchitl Aurora.
Bajaría la Ira , se levantaba el Pesado
Pie, sembrada la minucia: sembraría –dijo- violetas, margaritas y “perritos”.
Recordaba: Apolo apartaría la vista de su caligrafía. Ahora Ellas se adornaban
con finísimos xicales otomíes amusgos y mixtecos. Recordó unas fauces, unas
manchas negras y un jardín terroso y ...un silencioso beso sobre la tierra negra (aquí el
ridículo…)
Largo tiempo estuvo valorando la benignidad
Ometecutli
–– Cómo
puedo agradecerte
–– Hazme
ese santuario
–– Yo no
hago santuarios, no me gustan.
La lente se acomoda pero varían las
formas; habrá una emanación como hecha de limpias y vaporosas hojas . Pensó: estos dioses parecen habitar oscuridades dentro de la montaña o la
pirámide. No te dicen <<Cállate>> ni <<te explotaré el
cerebro>>. Estos dioses hunden la mirada en la lejana hierba y el paisaje.
Lo andará repensando el viejo Brujo,
por nada hallar en la obra del cemento. Algo falta en la torre de hierro y de
cristal; va por la selva. A esa línea le falta flor, piadosa hierba; fibra de ceiba y piel de cervatillo. No encuentro el grano de sol que veo
encerrado en esa hormiga, no veo ahí el acre sabor espiritual de la serpiente surtidora;
mirará el horizonte, verá en la comba de la nube una verdad más honda (Brujo
era). Es verdad: el talud, el tablero, friso geométrico mixteco ;
es verdad la plancha de basalto en la pirámide, pero todo será el cuachal pero
no el bulto.
Adentrarse al árbol y recorrer desnudo
sus largos vasos capilares. Ir a la deriva (piensa el Brujo). Deambular dormido
pero atenta la piel y los sentidos. De “muertito” pero río abajo. Tirarse en
medio de la hierba como caballo muerto y
que lleguen hormigas, escarabajos y gusanos; estar bajo la lluvia en vendaval o
la borrasca. Que te taje un rayo (se acurrucó a dormir bajo la zarza…).
¿Y el mar? Se preguntaba el Brujo. Al
mar no habría que cruzarlo: contemplarlo, retenerlo. Seré digno del mar, lo piensa el Brujo. Dejaré
en él mi cuerpo y mi conciencia. Será mi
última batalla.
El brujo: iré el río, quiero pisar
tejos, piedras negras y cantos rodados, el agua en mis rodillas. La extendida
laja ya quiere mis espaldas, el sol me
espera. El lirio azul anhela ya mi ojo, el tronco mi responso, la pajarera mi
reclamo.
Soñó el Brujo; interpretó: la ceiba
quiere verme. En el camino encontraré cuatro chuparrosas, un tejón
cruzando la vereda y escapándose, ruidosas codornices. En el alto peñón que ya imagino se aferrará la ceiba, sus raíces como venas piadosas, amarillas. Soy su brazo y
su abrazo, iré a ella. Ceiba vine a verte, a consolarte. Yo te sueño, te invento, te recreo.
Escuchaba el Brujo, preguntaba,
dialogaba con montes. Pensó; nunca se contradicen. Miran y califican y dirigen
( para el que sabe oírlos). Los llamo, voy a ellos, me buscan; de mí saben. Los
esperaré parado ante mi puerta. Se apostaría del Brujo.
Pergeñaba el Brujo en su cuaderno y
podía sentirlo: la ciudad es la ira; la escucho, me la está pidiendo. No va
conmigo, tengo deuda de hierba y de cabello negro (le roba su atención la veta
y el botón de la plancha de madera).
Llegue ahora el olvido, ya no más
recuerdo; hacia delante, hasta la línea de horizonte, pensó el Brujo. Soy
tejedor y jicarero y seré alfarero. Bajo los caramillos seguro hay barro negro.
La gente estará bien, lo repiensa el
Brujo. Cante el que ame o sufra o
desespere. Quiero ver la hondura de la
roca donde la flor se aferra. Soy camino, andadura, arroyo, estrella. Soy
suspiro de selva, soy frijol enredado al maíz- cogollo morado; soy viento.
Encontré mis manos.
Se consolaba el Brujo: bueno es que
haya pulpa de amate en mi cocina, mortero, molde. Maceraba. Olores se elevaban
y lo hacían soñar: ya las hojas verdes se dibujan, enlazadas. Ese lirio morado
ya aparece. El maíz es una ventolera. Macerando al amate dibujaba el Brujo.
La mujer no cabe en esta uña, pero está
en la lúnula, es mi luna. Sabe el Brujo de la Noche y sus tatuajes compartidos. La dibuja en
las bateas de cazahuate y en los cuencos de barro.
Extraña criatura que se arrastra esta
que atraviesa el camino y se oculta en la roca. Lo medita el Brujo. No quiere
ser mirada pero deja huella. Esperará preñada de hoja muerta, tierra de caverna
oscura; no me engaña ni se engaña, la disfruto. Pero. . . ¿Y la (...) sensación si pienso en ella?. La
tierra se defiende, pensó el Brujo –– alta va el águila. Alta la llamarada
verde en el cerúleo.
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