martes, 22 de mayo de 2012

Brujo cap VI de dislocaciones







Brujo: “Estarás recostado – me veía – sé cual es la posición que más te gusta ,me quiero ver contigo ¿quieres?” (hora y coordenada).
En el fresno la herida estará fresca, el símbolo perfectamente dibujado. Hojas caídas, tronco, ramas y hasta el brote alto eran todo un remolino.


En la choza apartada lo repiensa el Brujo.  Mira con desprecio la obra del hierro y del cemento. Habrá visto mariposas metálicas  atacando los brotes carmines de los botonxochitls. Atareado sumido entre la hierba que abarrota su choza. Ondas, superconductores, bits, no le dicen nada. A lo lejos la ciudad se masturba. Ya sale, en la colina va hincado entre la hierba, se atraganta; la ciudad lo desprecia, lo envenena (se purgará con  hierba).


Sembraba el Brujo el botonxochitl. La Fínisima Túnica señalaba el lugar preciso con la espada. Nada azarosa, llegaría  la semilla. Recuperando las viejas tradiciones nahuatlacas levantó la vista cuidando de nos ser notado y preguntó horizontes silenciosamente. Llegó Xóchitl Alma, agrego Xóchitl Amanecer, Xóchitl Aurora.


Bajaría la Ira, se levantaba el Pesado Pie, sembrada la minucia: sembraría –dijo- violetas, margaritas y “perritos”. Recordaba: Apolo apartaría la vista de su caligrafía. Ahora Ellas se adornaban con finísimos xicales otomíes amusgos y mixtecos. Recordó unas fauces, unas manchas negras y un jardín terroso y ...un silencioso  beso sobre la tierra negra (aquí el ridículo…)


Largo tiempo estuvo valorando la benignidad Ometecutli
–– Cómo puedo agradecerte
–– Hazme ese santuario
–– Yo no hago santuarios, no me gustan.
La lente se acomoda pero varían las formas; habrá una emanación como hecha de limpias y vaporosas hojas . Pensó: estos dioses parecen habitar oscuridades dentro de la montaña o la pirámide. No te dicen <<Cállate>> ni <<te explotaré el cerebro>>. Estos dioses hunden la mirada en la lejana hierba y el paisaje.


Lo andará repensando el viejo Brujo, por nada hallar en la obra del cemento. Algo falta en la torre de hierro y de cristal; va por la selva. A esa línea le falta  flor, piadosa hierba; fibra de ceiba y piel de cervatillo. No encuentro el grano de sol que veo encerrado en esa hormiga, no veo ahí el acre sabor espiritual  de la serpiente surtidora; mirará el horizonte, verá en la comba de la nube una verdad más honda (Brujo era). Es verdad: el talud, el tablero,  friso geométrico mixteco ; es verdad la plancha de basalto en la pirámide, pero todo será el cuachal pero no el bulto.


Adentrarse al árbol y recorrer desnudo sus largos vasos capilares. Ir a la deriva (piensa el Brujo). Deambular dormido pero atenta la piel y los sentidos. De “muertito” pero río abajo. Tirarse en medio de la hierba como  caballo muerto y que lleguen hormigas, escarabajos y gusanos; estar bajo la lluvia en vendaval o la borrasca. Que te taje un rayo (se acurrucó a dormir bajo la zarza…).


¿Y el mar? Se preguntaba el Brujo. Al mar no habría que cruzarlo: contemplarlo, retenerlo. Seré  digno del mar, lo piensa el Brujo. Dejaré en él mi cuerpo y mi conciencia. Será  mi última batalla.


El brujo: iré el río, quiero pisar tejos, piedras negras y cantos rodados, el agua en mis rodillas. La extendida laja  ya quiere mis espaldas, el sol me espera. El lirio azul anhela ya mi ojo, el tronco mi responso, la pajarera mi reclamo.


Soñó el Brujo; interpretó: la ceiba quiere verme. En el camino encontraré cuatro chuparrosas, un tejón cruzando la vereda y escapándose, ruidosas codornices. En el alto peñón que ya imagino se aferrará la ceiba, sus raíces como venas piadosas, amarillas. Soy su brazo y su abrazo, iré a ella. Ceiba vine a verte, a consolarte. Yo te sueño, te invento,  te recreo.


Escuchaba el Brujo, preguntaba, dialogaba con montes. Pensó; nunca se contradicen. Miran  y califican y dirigen ( para el que sabe oírlos). Los llamo, voy a ellos, me buscan; de mí saben. Los esperaré parado ante mi puerta. Se apostaría del Brujo.


Pergeñaba el Brujo en su cuaderno y podía sentirlo: la ciudad es la ira; la escucho, me la está pidiendo. No va conmigo, tengo deuda de hierba y de cabello negro (le roba su atención la veta y el botón de la plancha de madera).


Llegue ahora el olvido, ya no más recuerdo; hacia delante, hasta la línea de horizonte, pensó el Brujo. Soy tejedor y jicarero y seré alfarero. Bajo los caramillos seguro hay barro negro.


La gente estará bien, lo repiensa el Brujo.  Cante el que ame o sufra o desespere. Quiero  ver la hondura de la roca donde la flor se aferra. Soy camino, andadura, arroyo, estrella. Soy suspiro de selva, soy frijol enredado al maíz- cogollo morado; soy viento. Encontré mis manos.


Se consolaba el Brujo: bueno es que haya pulpa de amate en mi cocina, mortero, molde. Maceraba. Olores se elevaban y lo hacían soñar: ya las hojas verdes se dibujan, enlazadas. Ese lirio morado ya aparece. El maíz es una ventolera. Macerando al amate dibujaba el Brujo.


La mujer no cabe en esta uña, pero está en la lúnula, es mi luna. Sabe el Brujo de la Noche y sus tatuajes compartidos. La dibuja en las bateas de cazahuate y en los cuencos de barro.


Extraña criatura que se arrastra esta que atraviesa el camino y se oculta en la roca. Lo medita el Brujo. No quiere ser mirada pero deja huella. Esperará preñada de hoja muerta, tierra de caverna oscura; no me engaña ni se engaña, la disfruto. Pero. . .  ¿Y la (...) sensación si pienso en ella?. La tierra se defiende, pensó el Brujo –– alta va el águila. Alta la llamarada verde en el cerúleo.

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