lunes, 4 de junio de 2012

senos místicos


 Había una dama blanca, joven, bella, hecha como  de nacarados nardos. Acostumbraba hablar silenciosamente de novelas góticas, de las que yo ignoraba todo o casi todo. Yo le preguntaba y ella se reía. Hablaríamos  después de misticismo, chamanismo y de cosas muertas

Había otra mas joven, casi niña, que escuchaba desde lejos abundar  en Chagall y en Zaratustra, para terminar trayendo a cuento algo de fe- no-me-no-lo-gia. La misma que en algún momento refirió ----cosa de mayor interés--- haber visto por alguna ventana a ese monje desnudo tocado con su conveniente cono medieval bendiciendo a una joven virgen (cosa de mayor interés).

Yo las miraba y recreaba mis ojos pensando, con alguna malicia y quizá desatino en los versos de Yeats, que aquí recuerdo: << Una joven muchacha que leyó todo Dante / terminó por darle diez hijos a un pedante >>.

Yo ya no digo nada ni voy a parte alguna, sólo espero y recojo lo que puedo,  quizá lo repienso inútilmente y al fin lo cuento atendiendo a mi particular antojo.


























Un Shostakovich pero con más bosque, del Shostakovich que no puede silbarse. Un Messiaen con más pájaros —negros tienen que ser. La voz de una mujer; menos campana y más el sordo golpear del manantial bajando la montaña. Podría servir de referencia Mahler pero en él la voz es de pájaro rojo o amarillo que salpica un bosque—otra cosa. Un reflejo de mar, en rizo; estrictamente hablando: Debussy. (No despreciar a Bruckner y recoger de él). Ningún clásico y ningún romántico, pero si un barroco que debe adivinarse. No podría decir claramente si habría que olvidar al cello ¿tendrá un pájaro negro? El muy dulce oboe nos será necesario.

Un toque de Satie atendiendo a alguna Gymnopedia. Ni apoteosis ni grandiosidad —eso engaña. Honda medianía entre pecho y nube; algo de viento que atraviesa un árbol. Un rayo que a éste lo sacuda y desgaje —un parpadeo sólo un parpadeo. Una mujer pero no un hombre. El hombre tendría que estar sentado a la orilla del bosque. Sería él el que engendrara esa cantata o sinfonía que saldría de su piel desatendida.

Un poco de Glass tomemos, pero del que sabe andar entre las algas y los peces ciegos.




































Nunca sabremos lo que esconde esta raza. Vi a las muchachas, bonitas, morenas, con sus rollos y sus blusas bordadas ofreciendo macetas de geranios y crotos por la calle. Me acerqué y les hablé; les pregunté de una palabra de su lengua, la buscaba.
Me la negaron —como corresponde; lo mismo haría otra —zapoteca— en un lugar de aquí lejano; querían vender. Les compré un geranio, entonces me dijeron: kuirisïs. Deben tener razón, salen caros los mayores secretos. Pregunté a la Noche, siempre la noche y sus incógnitas. Busqué otra vez la enegrecida jícara, la de todos los símbolos, los signos, las alegorías, donde todo se esconde. Vi entonces la bordada falda jamás vista, de la que la real es sólo una burda aproximación. ¿Era oro entretejido, era hilada esmeralda? Quise retenerla cuanto pude (después querría pintarla). Era luz pura pero no cualquiera. Era el mayor regalo de la niña. Tal vez la misma Ana, a la que iba a ver y oír cantar —sin que me viera, mientras dirigía su coro de iglesia en san Juan de las Colchas.





















  


BREVE TRAVESÍA entrecortada sobre dos pretextos: una película de Bergman y un spot político.

—EL paisaje interesa sólo cuando la mujer se desespera en él (mar, arena, rocas). Todo se hace un desesperante Uno.

—Tres mujeres: Ullman (ahora). Schygulla y Deneuve. (Algo decía el filósofo sobre eso que en una mujer puede ver un hombre aquí, ahora). La secuencia de Akira: la anciana bajo la lluvia corriendo y rompiendo el viento con su sombrilla rota y extendida, maltratada (todo nos maltrata). De la seducción se pasa al genuino interés. Esa otra (China): otra anciana que se arroja a la piedra por estropearse toda la dentadura— dice que ya sobra, que se atienda a la nuera. Sería después cargada por su hijo para morir sola, entre huesos, en un páramo, donde han ido a parar sus antepasados. Estaría sola, moriría sola, respetando su tradición ya inatendible.

— El spot desnuda  partidario interés. El hombre aparece  desnudo?. Desde la izquierda parece siempre buscarse un enemigo. Si sigue así, se perderá:su enemigo, este que se destaca,no parece pequeño,sueña con hacerse a  sí mismo.La izquierda se quedará pequeña?

—La fotografía debe buscar una imagen gloriosa, que para siempre permanezca invicta. Algo así como un grito desesperado y rabioso contra un muro que te regresa un eco. Que lo recoja la fotografía.

—Sales a la terraza: cielo, luna (brillo intenso reflejado como fuelle en la nube ligera y escondida). No mires más allá. No estrellas, no azul-oscuro cielo. Abajo: noche densa, envolvente, sombra donde el deambular de animales nocturnos son encuentro.

—El personaje femenino no parece secundario, se contorsiona, se agita, se rebela, dice cosas inapropiadas, enteramente humanas. “Danza”. Ullman es un dios hermético. Si ríe soy otra vez hombre y otra vez me alegro.

—Feo es el mundo. No estoy aquí para contarlo.

—Que el artista vaya de mano en mano repartiendo su obra como se saluda y  sonríe. El artista se arrepentirá, si es verdadero.

























































Ahí está ese dios marino, no puede levantarse. Sería un hecho inconmensurable. Tuvo que ver pasar naves mercantes y guerreras. Vio desde lejos, siempre desde lejos como se paseaba el Arca de la Alianza. Ahora está obligado a sostener —y eso parece eterno, para su desgracia— con la mano que sacará del agua, el laurel o el olivo (no distingo bien).
Sé que mujeres de los viejos guerreros consumidos llegan a conocer su sombra. Tocarán su tronco, ya reposarán. Desprenderán alguna hoja para guardarla entre su seno; ya regresan tranquilas a sus casas.

A ese dios que parece fatigado, podría, no obstante arrancársele una sonrisa. Sería cuando alcanza a mirar una bella italiana (piense usted en Bellucci), sólo para ofrecerla —pues será su hija o será su hermana.

Por qué será que quisiera fugarse hacia el mar Negro. Por qué no encuentra ni país ni valle ni montaña dónde posar la vista?

Ese mar pudiera ser amigo, porque si hay enemigo de algún hombre,  es un hombre.
































POR LA PUERTA Sur ha entrado un pájaro. Un zanate en la ciudad   parecería  extraño. Por la puerta Sur.
Se agita y aletea sin posarse en nada. Se sostiene en el bastidor de una tela destruida. Lo cojo. Lo miro, lo dibujo. Veo: es tuerto. Quien si no tuerto y extraviado— pájaro tenía que ser, ¿por qué una persona, otro animal, por qué otra cosa? Pájaro tenía que ser, tuerto, y por eso extraviado, quien llegara a mi cuarto.























  
PORQUÉ  alejándose del grupo me hacía ese guiño sutil invitándome a seguirla. Cómo fue que llegamos a la estancia apartada de aquella biblioteca, mas bien iluminada. Con su intocada mano me diría silenciosa: siéntate: mientras atendía los botones de su blusa blanca. Cómo, con qué mística alegría me mostraba el ubérrimo perlado de sus senos. No podría saber, nunca le dije, de aquello que ofreciera el párpado o el aire donde ella sería en saludo y  sonrisa retratada.

No yo, los senos me miraban. Yo sentado y mirando, los senos me miraban. Era yo el cautivo.

La Rosa Mística y la Rosa Eterna, la occidental pero no sentenciosa, la que invita, estaba ahí encarnada en el alba blanca de esos senos. Era el blanco alabastro palpitante, la futura ceniza.

No podría saber lo que la guiaba. Quién podría entender si no ha atendido la fría soledad,los pasos de la carne,silencioso, entre cuerpo la llama y la ceniza ;   inútiles dolores sembrados en la sal de las lágrimas.

La Diosa Blanca suele mostrarse el pecho descubierto -ya lo he dicho- entre gasas y tules de clásica belleza. Misterios no expresados donde confluyen dioses.

Pasado algún momento tendría que  bajar la cabeza; sólo escuché los pasos alejarse.

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