Había una dama blanca, joven, bella, hecha como de nacarados nardos. Acostumbraba hablar silenciosamente de novelas góticas, de las que yo ignoraba todo o casi todo. Yo le preguntaba y ella se reía. Hablaríamos después de misticismo, chamanismo y de cosas muertas
Había otra mas joven, casi niña, que escuchaba desde lejos abundar en Chagall y en Zaratustra, para terminar trayendo a cuento algo de fe- no-me-no-lo-gia. La misma que en algún momento refirió ----cosa de mayor interés--- haber visto por alguna ventana a ese monje desnudo tocado con su conveniente cono medieval bendiciendo a una joven virgen (cosa de mayor interés).
Yo las miraba y recreaba mis ojos pensando, con alguna malicia y quizá desatino en los versos de Yeats, que aquí recuerdo: << Una joven muchacha que leyó todo Dante / terminó por darle diez hijos a un pedante >>.
Yo ya no digo nada ni voy a parte alguna, sólo espero y recojo lo que puedo, quizá lo repienso inútilmente y al fin lo cuento atendiendo a mi particular antojo.
Un Shostakovich pero con más bosque, del Shostakovich que no puede silbarse. Un Messiaen con más pájaros —negros tienen que ser. La voz de una mujer; menos campana y más el sordo golpear del manantial bajando la montaña. Podría servir de referencia Mahler pero en él la voz es de pájaro rojo o amarillo que salpica un bosque—otra cosa. Un reflejo de mar, en rizo; estrictamente hablando: Debussy. (No despreciar a Bruckner y recoger de él). Ningún clásico y ningún romántico, pero si un barroco que debe adivinarse. No podría decir claramente si habría que olvidar al cello ¿tendrá un pájaro negro? El muy dulce oboe nos será necesario.
Un toque de Satie atendiendo a alguna Gymnopedia. Ni apoteosis ni grandiosidad —eso engaña. Honda medianía entre pecho y nube; algo de viento que atraviesa un árbol. Un rayo que a éste lo sacuda y desgaje —un parpadeo sólo un parpadeo. Una mujer pero no un hombre. El hombre tendría que estar sentado a la orilla del bosque. Sería él el que engendrara esa cantata o sinfonía que saldría de su piel desatendida.
Un poco de Glass tomemos, pero del que sabe andar entre las algas y los peces ciegos.
Nunca
sabremos lo que esconde esta raza. Vi a las muchachas, bonitas, morenas, con
sus rollos y sus blusas bordadas ofreciendo macetas de geranios y crotos por la
calle. Me acerqué y les hablé; les pregunté de una palabra de su lengua, la
buscaba.
Me la negaron
—como corresponde; lo mismo haría otra —zapoteca— en un lugar de aquí lejano;
querían vender. Les compré un geranio, entonces me dijeron: kuirisïs. Deben tener razón, salen caros
los mayores secretos. Pregunté a la
Noche , siempre la noche y sus incógnitas. Busqué otra vez la enegrecida jícara, la de todos los
símbolos, los signos, las alegorías, donde todo se esconde. Vi entonces la bordada falda jamás vista, de la que la
real es sólo una burda aproximación. ¿Era oro entretejido, era hilada
esmeralda? Quise retenerla cuanto pude (después querría pintarla). Era luz pura pero no cualquiera. Era el
mayor regalo de la niña. Tal vez la
misma Ana, a la que iba a ver y oír cantar —sin que me viera, mientras dirigía
su coro de iglesia en san Juan de las Colchas.
BREVE
TRAVESÍA entrecortada sobre dos pretextos: una película de Bergman y un spot
político.
—EL paisaje
interesa sólo cuando la mujer se desespera en él (mar, arena, rocas). Todo se
hace un desesperante Uno.
—Tres
mujeres: Ullman (ahora). Schygulla y Deneuve. (Algo decía el filósofo sobre eso
que en una mujer puede ver un hombre aquí, ahora). La secuencia de Akira: la
anciana bajo la lluvia corriendo y rompiendo el viento con su sombrilla rota y
extendida, maltratada (todo nos maltrata). De la seducción se pasa al genuino
interés. Esa otra (China): otra anciana que se arroja a la piedra por
estropearse toda la dentadura— dice que ya sobra, que se atienda a la nuera.
Sería después cargada por su hijo para morir sola, entre huesos, en un páramo,
donde han ido a parar sus antepasados. Estaría sola, moriría sola, respetando su
tradición ya inatendible.
— El spot
desnuda partidario interés. El hombre aparece desnudo?. Desde la izquierda
parece siempre buscarse un enemigo. Si sigue así, se perderá:su enemigo, este
que se destaca,no parece pequeño,sueña con hacerse a sí mismo.La izquierda se quedará pequeña?
—La
fotografía debe buscar una imagen gloriosa, que para siempre permanezca
invicta. Algo así como un grito desesperado y rabioso contra un muro que te
regresa un eco. Que lo recoja la fotografía.
—Sales a la
terraza: cielo, luna (brillo intenso reflejado como fuelle en la nube ligera y
escondida). No mires más allá. No estrellas, no azul-oscuro cielo. Abajo: noche
densa, envolvente, sombra donde el deambular de animales nocturnos son
encuentro.
—El personaje
femenino no parece secundario, se contorsiona, se agita, se rebela, dice cosas
inapropiadas, enteramente humanas. “Danza”. Ullman es un dios hermético. Si ríe
soy otra vez hombre y otra vez me alegro.
—Feo es el
mundo. No estoy aquí para contarlo.
—Que el
artista vaya de mano en mano repartiendo su obra como se saluda y sonríe. El
artista se arrepentirá, si es verdadero.
Ahí está ese dios marino, no puede levantarse. Sería un hecho
inconmensurable. Tuvo que ver pasar naves mercantes y guerreras. Vio desde
lejos, siempre desde lejos como se paseaba el Arca de la Alianza. Ahora está
obligado a sostener —y eso parece eterno, para su desgracia— con la mano que
sacará del agua, el laurel o el olivo (no distingo bien).
Sé que mujeres de los viejos guerreros consumidos llegan a conocer
su sombra. Tocarán su tronco, ya reposarán. Desprenderán alguna hoja para
guardarla entre su seno; ya regresan tranquilas a sus casas.
A ese dios que parece fatigado, podría, no obstante arrancársele
una sonrisa. Sería cuando alcanza a mirar una bella italiana (piense usted en Bellucci),
sólo para ofrecerla —pues será su hija o será su hermana.
Por qué será que quisiera fugarse hacia el mar Negro. Por qué no
encuentra ni país ni valle ni montaña dónde posar la vista?
Ese mar pudiera ser amigo, porque si hay enemigo de algún hombre, es un hombre.
POR LA PUERTA Sur ha entrado
un pájaro. Un zanate en la ciudad parecería extraño. Por la puerta Sur.
Se agita y
aletea sin posarse en nada. Se sostiene en el bastidor de una tela destruida.
Lo cojo. Lo miro, lo dibujo. Veo: es tuerto. Quien si no tuerto y extraviado—
pájaro tenía que ser, ¿por qué una persona, otro animal, por qué otra cosa?
Pájaro tenía que ser, tuerto, y por eso extraviado, quien llegara a mi cuarto.
PORQUÉ alejándose del grupo me hacía ese guiño sutil invitándome a seguirla. Cómo fue que llegamos a la estancia apartada de aquella
biblioteca, mas bien iluminada. Con su intocada mano me diría silenciosa:
siéntate: mientras atendía los botones de su blusa blanca. Cómo, con qué
mística alegría me mostraba el ubérrimo perlado de sus senos. No podría saber,
nunca le dije, de aquello que ofreciera el párpado o el aire donde ella sería en saludo y sonrisa
retratada.
No yo, los
senos me miraban. Yo sentado y mirando,
los senos me miraban. Era yo el cautivo.
No podría saber lo que la guiaba. Quién podría entender si no ha
atendido la fría soledad,los pasos de la carne,silencioso, entre cuerpo la llama y la
ceniza ; inútiles dolores sembrados en la sal de las
lágrimas.
Pasado algún momento tendría que bajar la cabeza; sólo escuché los
pasos alejarse.
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